Tomarse tiempo para el cuerpo, la mente y el corazón.
La importancia de tomarse el tiempo (para el cuerpo, la mente y el corazón)
Alguna vez comí sopas de vaso, muchas sopas de vaso y por un tiempo los únicos caldos que comía eran instantáneos, esos de sobrecito que vienen con el “ramen” del súpermercado.
Pero también antes de eso tengo memorias de ver los caldos más gelatinosos del mundo en casa de la abuela y ver al abuelo tomar tazas de caldo a casi cualquier hora del día. Y sentirme especial cuando tomaba caldito de una taza en vez de un plato.
Recuerdo ver las patas de pollo ser tatemadas en la estufa. Comer hígado y sesos preparados con mucho tiempo y anticipación. Comidas que en su mayoría tomaban todo el día para ser preparadas. Comidas que seguramente llevaban mucho caldito en su preparación.
La última vez que vi a mi bisabuela me hizo de comer, pero cuando llegué a su casa me dijo: “Deja que hierva más el pollo, apenas va por su cuarto hervor”. Otro ejemplo es mi mamá que todavía prepara pozoles en anafre y los cuida una noche entera. Por mucho tiempo ese platillo fue mi favorito para celebrar mi cumpleaños.
Y luego un día me ganó la prisa. Y lo “gelatinoso” del caldo me empezó a dar asco, al igual que las patitas de pollo y los órganos/vísceras me parecieron una locura.
Porque me había creído que era mejor que mi comida fuera más rápida. O que saliera de una caja. Incluso que era mucho mejor que no involucrara animales, ni tanto tiempo de cocción porque “mientras más crudo mejor” o “menos tiempo mejor” o “puras verduras mejor”.
Así tendría tiempo para otras cosas como trabajar y ser productiva (jaja). Lo cual por un momento fue más importante que mi propia alimentación, mi propia salud y así la nutrición de mi cuerpo se quedó en el olvido. Pensaba que era lo mejor para el planera, lo más fácil y rápido, lo moderno, lo cool, lo “éticamente correcto”.
Y el cuerpo me detuvo. Me paró en seco y me dio una lección.
Tenía que re-aprender el regreso de camino a casa, esa casa en donde se come comida de verdad, donde se come lo que se cocina lento y eso que está lleno de nutrientes. Y esa casa la tenía que construir yo para regalármela a mí misma.
La lección empezó por aprender a de verdad tomarme el tiempo. A ir más lento que nunca. Mi cuerpo, mi tiroides, mis adrenales, mi intestino, mi mente, mis emociones, y todo lo que soy se encargaron de que mi energía fuera a la velocidad de un perezoso.
A esa velocidad emprendería el camino de vuelta. A esa velocidad aprendería a darme el tiempo. Y no sólo era la velocidad con la que me podía mover por la falta de energía, era la debilidad de mi cuerpo desnutrido, cansado y estresado por no recibir lo que necesitaba.
Ha sido un camino largo que comenzó por nutrir mi cuerpo. Pero también se ha encargado de ayudarme a sanar heridas del corazón y darme la oportunidad para tirar todo lo que a mí mente no le servía, porque sólo así podría apoyar a mi cuerpo.
Fue entonces que empecé a poner atención y darme el tiempo de cocinar lento lento, como un buen caldo. Porque sin darme el tiempo no hay nutrientes densos de calidad, sin tomarme el tiempo no hay espacio para una buena absorción de nutrientes y sin nutrientes no hay salud.
Sólo así mi cuerpo ha empezado lentamente a recuperarse, una tacita de caldo de huesos a la vez.
<3
P.D.- La ilustración fue mi aportación para el zine Bone Roots de @laluneria sobre el caldo de huesos, en el que recopila recetas e historias de BIPOC en torno sus saberes de este nutritivo y delicioso alimento ancestral.